El secuestro no es considerado un delito de lesa humanidad. Pero se le parece mucho, aunque no encaje en niveles atroces de tortura, genocidio o la desaparición forzosa de una comunidad. Su versión extorsiva, de toda tarifa, de todo estrato social, en cualquier sector de las principales urbes, ha llegado con la evidente intención de sentar sus reales aquí. Sí, en este país donde la delincuencia a gran escala ha reventado como una olla de presión, tras décadas y décadas de una preebullición, propia de limitar al norte con las FARC y al sur con la violenta minería ilegal, ambas actividades muy emparentadas con la cosecha y comercio de estupefacientes.
Sin perdón para los que no tienen piedad
Este intenta ser un breve contexto del horrendo mal que nos acecha como sociedad, donde las extorsiones parecen volverse pan del día, y justamente de día, claro, con sol. Y el secuestro, esa horrenda actividad delictiva de privar de su libertad a alguien para usarlo en algún trueque económico, se está volviendo parte de un paisaje tétrico que todos vemos, con todo y su portafolio de torturas, que llegan hasta las mutilaciones físicas, violaciones o una infinidad de abusos, grabados o hasta transmitidos en vivo en el uso poco feliz de la tecnología.
Resistir a la delincuencia
Pocos se atreven a denunciarlo y otros cuantos ceden a auspiciarlo forzosamente sin reparar en que eso lo que va a hacer es alimentar al monstruo. ¿Y las autoridades? Salvo los connotados esfuerzos que hace la Unase, una de las mejores divisiones de la Policía, pero que ya no se da abasto, el resto de las autoridades parecen ser parte de ese mismo paisaje, donde cada político en funciones, o ya en campaña, aporta con ideas luminosas, pero que no arriesgan un meñique para una real solución.
Ya no son casos de excepción. El momento triste de caer en las mismas dinámicas del mal que veíamos como lejanas, aunque ocurrían tan cerca como en Colombia y Perú, nos ha llegado con fuerza. Y con recargo, pues el Tren de Aragua venezolano, que atormenta hasta en Estados Unidos, hace presencia con su terror en toda Latinoamérica y obviamente también aquí. Tal como se ha acercado a nuestra realidad la frontera caliente de México, donde radican los principales carteles que movilizan narcóticos continental e intercontinentalmente y que tienen socios locales.
Justicia 100/100
Este relato no es una exclamación de horror, aunque bien podría. Tampoco es un buscador de culpas, aunque también bien podría. Menos aún, momento alguno de resignación. Pretende sí ser un despertador de la conciencia social, para las víctimas potenciales, las que ya lo han sido y lo guardan en silencio, o quienes ejercen el poder en todas sus esferas, que en conjunto con la sociedad toda debemos buscar salidas efectivas para este mal que nos carcome.
Selección: fiscal y jueces
No sigamos contando a las víctimas, evitemos que siga ocurriendo. No sigamos cumpliendo una autocadena perpetua en nuestras propias casas. Está ocurriendo en muchas partes, indiscriminadamente, por lo que huir tampoco resulta una solución. Las autoridades deben priorizar las acciones que sean necesarias para que este país recupere la paz que por tanto tiempo era una de las pocas medallas que podía lucir en su pecho. (O)