Fernando Balseca: Doble filo | Columnistas | Opinión

Ya pasó un año del malvado ataque que los terroristas del partido político islamista Hamás emprendieron en territorio de Israel y en el que asesinaron a familias enteras, regocijándose de que los padres vieran morir a sus hijos y que los hijos presenciaran la muerte de sus padres. Eso no fue una batalla de una guerra, pues hasta esta tiene sus códigos, y ese 7 de octubre de 2023 los de Hamás fueron bestias salidas del infierno humano para acribillar a jóvenes inocentes que participaban en un concierto, violar a niñas, mujeres y hombres y enviar las grabaciones de esas escenas y otras de decapitaciones a las familias de las víctimas.

Se cumple un año del ataque de Hamás y la guerra de Israel en Gaza

Ya no está entre nosotros el gran escritor israelí Amos Oz, quien sostuvo con denuedo una postura sensata que abogaba para que Israel y Palestina encontraran la paz y cada uno pudiera tener su propio Estado no para la guerra, sino para sanar las heridas de esos dos pueblos que se han pervertido por la interminable pelea. Hay ciertos escritores que, al comprender la verdadera ambigüedad de la condición humana, pueden construir una autoridad moral que debemos escuchar: es también el caso del escritor israelí David Grossman, cuyas novelas frecuentemente cuestionan la inhumanidad de vivir en medio de este conflicto.

Un año fatídico

En El precio que pagamos (Barcelona, Debate, 2024), de Grossman, hallamos una lúcida advertencia sobre las terribles consecuencias para la vida de ambos pueblos si políticos corruptos como Netanyahu –imputado por delitos de soborno y fraude que deberían tenerlo en la cárcel–, en Israel, y los desquiciados de Hamás, en Palestina, continúan liderando los bandos de la contienda. Grossman sigue bregando por un Israel que no sea solo hogar del pueblo judío, sino un país democrático que respete las creencias de todos sus habitantes. Y esto es problemático porque un gobierno de ocupación no puede a la vez ser democrático.

El Ejército de Israel ha matado a más niños y mujeres en la guerra en Gaza que cualquier otro conflicto armado en dos décadas, indica organización

“Hemos aprendido que el ejercicio de la fuerza no garantiza la victoria. Que las espadas son todas de doble filo”, afirma Grossman, consciente de que el crimen de la ocupación no se remedia con crímenes más atroces como los cometidos por Hamás, pero también alegando “que es imposible empezar a remediar la tragedia de Oriente Próximo sin antes proponer una solución que alivie el sufrimiento de los palestinos”. No hay, pues, ganancias en esta guerra, sino únicamente grandes derrotas con apariencia de triunfos que poco a poco van minando a ambos pueblos que hablan lenguas hermanas como el hebreo y el árabe.

Los bebés gemelos muertos en un bombardeo de Israel en Gaza mientras su padre registraba su nacimiento

Hacer la guerra, según Grossman, es muy fácil: basta dejar que el desquiciamiento nos tome y nos abrase; hacer la paz, por el contrario, es difícil, porque requiere de la cordura necesaria para reconocer como nuestras las penurias del supuesto enemigo y estar dispuestos a ceder para así sanar juntos. Grossman se pregunta qué clase de pueblo será el israelí cuando acabe la guerra: “¿Quiénes seremos los israelíes y los habitantes de la Franja de Gaza cuando llegue a su fin esta larga y cruel guerra?”. La pregunta nos concierne, ya que los fanáticos de hoy que nos rodean, con ropajes ideológicos variados, están dispuestos más a la muerte que a la vida. (O)

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