Simón Pachano: La maldición de lo cotidiano | Columnistas | Opinión

En sentido totalmente contrario a la lógica, una de las paredes del mayo parisino de 1968 afirmaba que “cuando lo extraordinario se vuelve cotidiano surge la revolución”. Sí, contrario a la lógica, porque la cotidianeidad produce acostumbramiento, modorra, repetición mecánica, en tanto que la revolución, según el decir de los jacobinos franceses, es ruptura, innovación, creatividad. Valgan tres temas actuales, como son los de la corrupción, la delincuencia y los apagones, que no tienen la épica revolucionaria pero que ejemplifican perfectamente la docilidad con que aceptamos los hechos extraordinarios (negativamente extraordinarios). Los hacemos parte de nuestra cotidianidad hasta el punto en que dejan de influir en nuestras decisiones. Muy probablemente, para el día de la elección en febrero del próximo estarán tan integrados en nuestras vidas que influirán muy poco en el voto.

Escenas grotescas

A la aceptación social de la corrupción en la política no cabe referirse como un futuro hipotético, ya que la elección de personas que se han beneficiado ilegalmente de los recursos públicos no es algo nuevo. Es una práctica que se volvió cotidiana hace mucho tiempo y dejó de pesar –si es que en algún momento pesó– en la decisión de los votantes. “Que robe pero que haga obra” es la justificación de las mismas personas que colocan en su vehículo una pegatina que sostiene que “legal o ilegal, plata es plata”. El efecto de aceptación y adormecimiento tiene más fuerza que las centenas de cursos de ética que se puedan impartir en escuelas y colegios. Al fin y al cabo, el que le pide su voto puede argumentar su condición de víctima del lawfare. Pero, en realidad, entre él y el votante existe la complicidad gestada en la regularización de una conducta que pasó a ser cotidiana.

Democracia en crisis

Con la delincuencia y en general con la violencia está sucediendo algo similar. Como ocurrió en otros países que vivieron episodios de este tipo por la presencia del crimen organizado, la respuesta es estrictamente individualista. Inicialmente cada persona experimenta con alguna forma de cuidado y protección propia, pero con el andar de los días, ni siquiera de los meses, el clima de inseguridad toma el carácter de normalidad y pasa a ser aceptado como un riesgo no más grave que el de cruzar una calle. También este tiene su expresión política con el chantaje a las autoridades o, peor aún, con la complicidad de estas e incluso con la participación directa de los delincuentes en las elecciones. La acción colectiva, que sería un fuerte antídoto para este cáncer, se reduce a esporádicas medidas impulsadas en urbanizaciones privadas o, en el otro externo, al linchamiento que resulta tan violento como lo que se quiere combatir.

¿Cómo se progresa?

Después de varias semanas, los apagones ya están tomando carta de naturalización en la vida diaria. La gente refunfuña, comenta indignada sus penurias personales producidas por los cortes de energía (de luz, en el lenguaje coloquial), pero hasta ahí llega. Es muy probable que para el día de la elección se habrán normalizado en tan alto grado que no tendrá problema en dar su voto a los culpables de esa situación, tanto a los de antes como a los de ahora. Basta revisar las encuestas para ver quiénes constan en los dos primeros lugares de las preferencias, y eso cuando los apagones recién están tomándose como algo cotidiano. (O)

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