Será porque tenemos una esperanza de vida menor que la de otros países, pero en Ecuador nos gusta ser los más jóvenes en todo. Hasta el día de hoy, y a pesar de contradecir las normas locales y los estándares internacionales, las familias insisten en empujar a sus hijos a empezar el colegio antes de tener la edad para hacerlo. Años después, cuando empiezan los problemas, surgen las justificaciones (es inquieto, se aburre) y los diagnósticos (tiene déficit de atención, es hiperactiva). Los estudiantes con recursos terminan en el sicólogo y estudian con tutores cuando lo lógico es empezar por la raíz: regresarlos al grado al que corresponden. Los demás sobreviven como pueden y hasta donde pueden; muchos de ellos se dan por vencidos antes de terminar el bachillerato.
Por eso, hubo quienes se dejaron deslumbrar por el hecho de que Daniel Noboa se convirtió en el presidente más joven de la historia de Ecuador. Las agencias de noticias como EFE, BBC y France 24 recalcaron ese detalle al reportar la noticia y describieron su carrera como meteórica. Aunque algunos medios nacionales fueron lo suficientemente sagaces para destacar su nivel político embrionario, Gabriel González Zorrilla, del Deutsche Welle, fue el más contundente: “Noboa tiene poca experiencia política y ninguna en la dirección de instituciones públicas”. No hubo nada más premonitorio de la improvisación que vivimos que la edad del presidente al asumir el cargo.
Es tal su espontaneidad que el presidente es motivo continuo de titulares contradictorios. No habrá cortes de electricidad, pero sí los habrá. El ministro de Energía de hoy mañana no será. El país en tinieblas, Noboa en TikTok.
Su falta de cultura también le ha impulsado a hacer declaraciones descabelladas que no debemos olvidar. Insinuó al periodista Jon Lee Anderson, de la revista The New Yorker, que plantearía construir una cárcel en la Antártida, algo que los tratados internacionales impedirían. También le dijo que el líder latinoamericano con quien más se siente alineado es el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, una persona pragmática capaz de transar con la centroderecha y las élites, pero que no es coideario de Noboa.
Todas las decisiones del Gobierno que surgen en la informalidad le cuestan caro al país. Su relación con la vicepresidenta, viciada desde la campaña electoral, implica que debemos financiar la estadía de Verónica Abad en el extranjero. De igual manera, las maquinaciones para librarse de ella o no encargar el poder para promocionar su reelección presidencial desvían la atención del estado de los problemas más importantes para el país.
Atrapado en la red que él mismo tejió, Noboa es cautivo de su propia precocidad presidencial. Aparentemente preparado debido a su repetido paso por las aulas universitarias, le falta la pericia que solo nos da la práctica. Y su paso por la Presidencia será tan efímero, pues solo es el relevo de un antecesor fallido, que no tendrá tiempo de aprender lo que necesita para repetir la Presidencia en el 2025. Su atractivo juvenil, eje fundamental de su triunfo anterior, hoy es su talón de Aquiles. (O)