Antonio Ayoví Nazareno: Esos ‘9’ de antaño: cuando el civismo unía la ciudad | Columnistas | Opinión

Ese martes mi abuela nos despertó de mañanita sin desayuno apurado, ni ordenada de útiles, ni corre-corre para ganarle a la campana escolar, porque no había clases. Era 9 de octubre y Guayaquil nos celebraba al regalarnos un maravilloso día. Vestidos y con la panza vacía bajamos raudos por el cerro del Carmen, en busca de mejor ubicación en la avenida principal para disfrutar del majestuoso desfile.

El miércoles 9 de octubre reciente fui invitado a la posesión de directiva de la Unión Nacional de Periodistas, núcleo del Guayas, con verbena en honor a la ciudad. Vi una urbe triste, sin chispa festiva. Caminé por Luque e hice zigzag hasta la sede anfitriona entre calles solitarias, mal olor de ciertas veredas y algunos rostros amargados. En los años 70 esa fecha convocaba pueblo del suburbio, Cristo del Consuelo, Pascuales, La Chala, el Astillero, la Atarazana y de todos lados. Enjambraban la 9 de Octubre tras buen sitio en las graderías entabladas. En el parque Centenario los niños disputábamos los caballos de madera para tomarnos la foto. JJ resonaba el Guayaquil de mis amores en las calles, cantinas, restaurantes, mañana, tarde, noche, y hasta de madrugada en cada esquina de la metrópoli.

Como nieto menor, iba agarrado de la pollera de mi abuela. Frente a cada vendedor le daba un jalón, y ella nos compraba frutas, chifles, helados, carnes en palito, algodones de azúcar, manzanas confitadas y otras ofertas para vengar el desayuno. Hoy, tambores y trompetas son reemplazados por bocinas alocadas; las tarimas, por aceras deprimentes; la Policía y sus sables, por sirenas atarantadas; el aroma a fritanga, por olor a orina; las familias de ropas coloridas, por indigentes y niños explotados; golosinas, por “H”; luz, por tiniebla; el 9, por otro día; lo cívico, por cálculo económico, en un escenario donde violencia, miedo y crisis minan lo turístico-comercial.

Son tiempos difíciles. El temor condiciona. Sin embargo, no debemos desvirtuar las honras cívicas. Los feriados pueden ser paliativos económicos, pero sin subestimar fechas y tradiciones que inyectan alegría a un país agobiado, urgido de rescatar principios y valores, el amor patrio, el cuidado del patrimonio, la convivialidad, su gastronomía y juegos populares como herencia cultural. La colega Cecilia Ansaldo manifiesta: “Esto de vivir un 9 de octubre como día ordinario, es dañino para el asentamiento de una tradición”, y podría ser una de las causas de la pérdida de esencia citadina. Esta necesita recuperarse como soporte del civismo, empezando por festejar el cumpleaños el día que caiga. La verbena de la UNP-G, eventos en otras instituciones y el desfile (día 11) tratan de mantener la costumbre; pero difícilmente se acerca a las fiestas de antaño que unían a la familia, tan desvalorada en estos tiempos.

De retorno, evoco mi primera infancia. Reclino el asiento. Dormito un rato; mi viejita descansa su “alocado” 9, y cinco mocosos escabullidos, sentados en la cima del cerro, aun vindican su desayuno con golosinas, mientras el bullicio y las luces de neón todavía festejan la ciudad. (O)

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