La asignación del premio Nobel de economía de este año es una excelente oportunidad para reflexionar sobre la realidad social, económica, política y cultural, ya que los trabajos de los autores tocan todos esos temas desde una muy abarcadora visión histórica. Lo es también, escapando de la visión aldeana de la cotidianidad ecuatoriana, un buen motivo para evaluar la realidad del país no solo en su presente inmediato, sino en el pasado remoto y en el futuro.
Cabe destacar que, en esta ocasión, el premio con mayor fama mundial resalta el aporte de tres autores, Daron Acemoglu, James Robinson y Simon Johnson, que han roto los márgenes usuales de la disciplina económica, tanto en el fondo como en la forma. Desde la masiva divulgación de los dos libros con que Acemoglu y Robinson trascendieron más allá de los ámbitos académicos se hizo evidente que eran algo más que tratados económicos. La pregunta que da título al primer libro ¿Por qué fracasan los países? los llevaba inevitablemente a indagar en la historia, con sus dimensiones sociales y culturales. Las respuestas no podían venir solamente desde las condiciones económicas (como la disponibilidad o la carencia de recursos naturales, que ellos descartan con argumentos sólidos). Una pregunta de esa magnitud requería la visión integradora que la continúan en su siguiente obra conjunta, El pasillo estrecho, en que se adentran en el tema de la libertad.
En esta última obra se sitúan en un punto que rompe los prejuicios que han mantenido las izquierdas y las derechas acerca del orden político y social necesario para garantizar la vigencia plena de las libertades. Negando explícitamente la dicotomía usual y acudiendo a ejemplos de éxitos y fracasos, sostienen que para alcanzar un objetivo de esa magnitud es necesario que el Estado y la sociedad sean fuertes. El Estado debe serlo para controlar la violencia, proporcionar servicios y hacer cumplir la ley. La sociedad debe tener la fuerza suficiente para controlar al Estado, ya que fórmulas como las de los controles y balances, siendo imprescindibles, resultan insuficientes frente a los apetitos dictatoriales y totalitarios. Esta relación de cooperación y control es el pasillo estrecho en que se construyen prácticas que deben institucionalizarse para asegurar el bienestar y la libertad.
Si nuestras élites políticas y sociales decidieran mirar más allá del día a día podrían preguntarse, igual que los autores, por las causas del reiterado fracaso del Ecuador. Harían bien en dar una mirada en profundidad a la historia, no la de los últimos 5, 10 o 20 años, sino aquella que se inicia con las provincias de una audiencia (un órgano de justicia dependiente de uno u otro virreinato) que no tuvieron la voluntad ni la capacidad para unirse en la lucha por su independencia. Verían que, de ahí en adelante, el camino fue y sigue siendo una constante marcha en el mismo terreno, sin un asomo de la institucionalización de prácticas beneficiosas para el desarrollo económico-social y para la construcción de un Estado que garantice la libertad. Verían también que esa larga historia no se soluciona con acuerdos líricos, destinados al incumplimiento, sino con la aceptación de esa dolorosa realidad histórica. Solo con un fuerte remezón será posible transitar por el pasillo estrecho que aleja del fracaso y acerca a la libertad. (O)