El 20 de octubre, el Poder Judicial peruano sentenció a 20 años de prisión al expresidente Alejandro Toledo. La sentencia fue por haber otorgado a Odebrecht la construcción de un segmento de la ruta interoceánica, un megaproyecto que vialmente conecta el océano Atlántico con el Pacífico a través de la Amazonía peruana. Se le sentencia por haber recibido $ 35 millones para facilitar la adjudicación del proyecto.
Antes de la sentencia Toledo se defendió diciendo: “Yo soy el producto de un error estadístico”, refiriéndose a su origen humilde. ¿Quién podría predecir que un niño nacido dentro de una familia de 16 hermanos, en un olvidado pueblo pesquero del norte del Perú, pudiera obtener un doctorado de la Universidad de Stanford y que, además se convirtiera en el presidente de la república? Toledo se refería a que la probabilidad estadística de que esto suceda era cero.
Por qué estamos así
El Perú y su centralismo total
En medio de sollozos pidió al jurado que se le permitiera apelar la sentencia desde un arresto domiciliario por problemas de salud. Uno de sus reconocidos defectos es hacer declamaciones histriónicas que después son desmentidas, por lo que el pedido de clemencia no prosperó. Toledo tiene 78 años y cumplirá su sentencia a la edad aspiracional de 97 años.
Hace 20 años este mismo Toledo era aclamado como el artífice del derrocamiento de la dictadura fujimorista (1990-2000). Fue el líder de la Marcha de los Cuatro Suyos en 2001, en la cual todas las fuerzas políticas lo aceptaron como una figura aglutinante y además reivindicativa, por su fisonomía autóctona. El mismo año fue elegido presidente y su periodo hasta 2006 se caracterizó por un buen manejo macroeconómico. Al término de su mandato no participó en las elecciones del 2006, pues la reelección inmediata está prohibida, pero sí en las de 2011, en las cuales obtuvo el 15 %. También participó en las elecciones del 2016, en las que alcanzó el vergonzoso 1 %. Este marcado descenso se debe a una serie de escándalos personales, los cuales lo proyectaron como un político libertino y hedonista, una especie de Berlusconi andino.
En las elecciones del 2021 no participó, pues en el 2019 ya había sido arrestado en los Estados Unidos por actos de corrupción. Fue extraditado al Perú en abril del 2023 y recluido en el mismo centro penitenciario donde también se encuentra el expresidente Pedro Castillo, y en el que, hasta hace poco, cumplía su condena Alberto Fujimori.
Su pareja de toda la vida, Eliane Karp, la antropóloga belga de origen judío, se habría despedido de él en California, antes de la extradición. Karp partió en dirección opuesta, hacia Israel, para probablemente no verlo jamás. Ella es acusada por delitos similares, y en aquel país no hay tratados de extradición con el Perú.
El nobel de literatura Mario Vargas Llosa menciona que dos de los expresidentes que él apoyó en sus campañas han terminado en la cárcel: Toledo y Pedro Pablo Kuczynski. Justifica sus decisiones diciendo que el apoyo surgió para evitar que el fujimorismo vuelva al poder. Tal vez algo similar ocurre con el correísmo en Ecuador, pues para evitar el retorno de Rafael Correa venimos votando por candidatos que no están a la altura de los problemas nacionales. (O)