El monstruo de ojos verdes se alimenta y engorda lentamente. Vive adentro de su anfitrión y crece y devora la vida que habita. El resentimiento, la envidia y los celos se infiltran en la mente humana. Llegan allí sin invitación y casi sin ser percibidos. Son colocados por alguien perverso que, a su vez, ha sido destruido por ellos mismos. Poco a poco, el monstruo aniquila todo lo que es bello.
Los guayaquileños pudimos ser espectadores de este proceso de destrucción personal en Otelo, el moro de Venecia, que fue presentada por el Estudio Paulsen durante el mes de octubre. Se trata de una de las grandes tragedias de William Shakespeare, que llegó a nosotros en una adaptación del español Ignasi Vidal. Aunque la obra se estrenó originalmente en 1604 en Londres, y aunque está ambientada en Venecia y en Chipre, su argumento explora varios temas universales que siguen siendo relevantes hoy día para un ciudadano de Guayaquil como usted o como yo.
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Los espectadores pudimos ver a Otelo, un extranjero, convertirse, por méritos propios, en general del ejército veneciano. Lo pudimos ver casándose con la noble Desdémona. Lo pudimos ver siendo encargado de liderar la guerra contra los turcos en Chipre. También pudimos ver la aparición de Yago. Un personaje tan oscuro como inteligente. Los motivos de sus actos quedan en lo desconocido: ¿se trata de venganza? ¿de fundamentalismo religioso? ¿de xenofobia? Lo que es claro es que es capaz de utilizar toda su imaginación y todos sus talentos para destruir a Otelo.
El plan de Yago es complejo. Juega con los temores de Otelo y le coloca ideas en la cabeza. Le hace creer, a través de falsos testimonios, de pruebas forjadas y de astutas conjeturas que su esposa le es infiel. Yago consigue explotar las inseguridades y los complejos personales del general Otelo. Al final, los celos, el monstruo de ojos verdes del que todos tenemos que cuidarnos, termina con la vida de Desdémona y con la del propio Otelo.
La tragedia de Otelo es su caída hacia la destrucción provocada por el resentimiento, la envidia y los celos. En Otelo vemos el tema, tan recurrente de la tragedia shakesperiana, de que un vicio en nuestra personalidad puede terminar por ser el germen de nuestra propia destrucción. Otelo nos recuerda las consecuencias de las emociones no controladas y, también, los peligros de la ilimitada maldad humana.
Alguna vez dijo Oscar Wilde que no parecía que Shakespeare se inspirara en la naturaleza al escribir sus obras, sino que, al revés, parecía que era la naturaleza la que se inspiraba en las obras de Shakespeare. Y es que sus personajes, desde Hamlet hasta Lady Macbeth, desde Romeo hasta Shylock, nos muestran, con la palabra, la enorme complejidad de la condición humana. La reflexión de cada uno de sus personajes se hace necesaria hoy en Guayaquil, como lo ha sido durante los últimos cuatro siglos en el mundo occidental. Así que ojalá que tengamos más Shakespeare en Guayaquil. (O)