El Informe Latinobarómetro concluye que ante una disminución en el apoyo a la democracia y a un menor nivel de satisfacción que ofrece este sistema político a la población, América Latina vive una abierta recesión democrática, lo cual expone a la región a neopopulismos, gobiernos autocráticos, quiebre institucional y a una mayor desafección de la gente hacia la política, lo cual abre la puerta para que charlatanes de feria e improvisados se aprovechen del desencanto para ganar elecciones y, desde el poder, tomar las decisiones trascendentales de un país en función no del bien común, sino de los intereses de los grupos a los que representan. En esa caricaturesca democracia lo que menos hay es demos.
De ahí que se advierte una profunda crisis de la democracia representativa latinoamericana, en tanto se profundiza la separación entre mandatario y mandantes, entre gobernante y gobernados. Se trata, en la práctica, de dos mundos casi irreconocibles e irreconciliables, donde la autoridad elegida no termina necesariamente representando al elector, sino sus actos, preocupaciones y prioridades están marcadas por una agenda que le es impuesta, ya sea en el ámbito interno como externo, por actores que nunca ganaron la elección, pero con capacidad para convertir a una autoridad con legitimidad popular en un simple amanuense de los dictados de quienes verdaderamente gobiernan desde la sombra. Hablamos de poderes fácticos con capacidad de presión para determinar el rumbo de la política y sus beneficiarios.
No obstante, para acceder al poder no cabe actuar desde lo políticamente correcto. No. Eso sería un suicidio dentro de una democracia enferma y decadente. Por el contrario, se actúa desde el engaño, la manipulación y opacidad, cuyas retorcidas categorías definen el discurso y poses afectadas del candidato (a). Para ello se debe utilizar un gran disfraz, esto es, el de estadista. De lo que se trata es colocar en el imaginario de las personas al postulante como cercano al pueblo, capaz de entender las necesidades de los pobres. Para eso debe comer en el mismo plato desportillado que lo hacen los obreros; o, recorrer los caminos polvorientos de nuestra América. Hay que crear la figura del candidato sensato, equilibrado emocionalmente y con el conocimiento y entereza para resolver los problemas y demandas sociales de todo un pueblo. En unos casos se lo hace con personajes dueños de una verborrea que no conoce límites y, en otras ocasiones, con expresiones apenas monosilábicas, perfectamente estudiadas para no volverse luego esclavo de sus dichos.
De la forma que fuere, de lo que se trata es de presentar a una persona que pueda posicionarse electoralmente hablando y para ello las redes sociales juegan un papel determinante, dado su grado de penetración en la población, especialmente en los jóvenes, mayormente influenciables, así como en una sociedad esclavizada a los smartphones.
El ciudadano debería actuar responsablemente mediante un voto informado y ser capaz de reconocer las máscaras y a los impostores. Los disfraces de Halloween, es verdad, no pasan de ser un molesto esnobismo, pero el real peligro está en el disfraz político. (O)