Eduardo Peña Triviño: La Vicepresidencia | Columnistas | Opinión

Es una función para algunos innecesaria. En nuestro país, durante algunos gobiernos del siglo XIX, fue suprimida. En Constituciones del pasado, cuando el Parlamento se componía de dos cámaras, el vicepresidente presidía el Senado y el pleno del Congreso. Tenía unas funciones específicas relacionadas con la parte económica y la planificación. Pero tiene un injusto mal predicamento, cuyos orígenes me permito recordar:

En las elecciones de 1968, por novelería, se mandaba que el presidente y el vicepresidente fueran elegidos en boletas separadas. Se produjo algo inesperado. Ganó la Presidencia el Dr. Velasco Ibarra y la Vicepresidencia, el compañero de fórmula contendor, el ilustre maestro Dr. Jorge Zavala Baquerizo. Eran el agua y el aceite. Velasco siempre se sintió con las manos atadas por las leyes que delimitan las facultades presidenciales. Tendía a escuchar a quienes le hablaban al oído. Alguien le contó que Zavala estaba tratando de sustituirlo y Velasco soltó una de sus frases lapidarias: “Señor, el vicepresidente es un conspirador a sueldo”. Quedó en la memoria nacional, pero fue injusta. Zavala no conspiraba, tal vez ni siquiera lo necesitaba. Velasco se declaró dictador en 1970 y fue destituido en el “carnavalazo” de 1972.

Golpe de Estado

Frente a un muro

La institución es necesaria para que exista un sucesor constitucional cuando falta el presidente y evitar el caos que desatarían las ambiciones de los políticos para hacerse del poder. Nadie ha podido probar que en los últimos 50 años algún vicepresidente ha conspirado en contra de su presidente. Todos han sido leales, con los matices propios de la condición humana.

Está fuera de duda que el vicepresidente le debe el cargo al presidente que lo designó. Esta imborrable deuda impone varias obligaciones del segundo mandatario para con su jefe: en primer lugar, la lealtad. Es una felonía que el vicepresidente conspire para obstaculizar la tarea del presidente y su gobierno. Se exige una lealtad noble, no sumisa, pero que debe llegar hasta advertir lo no conveniente y evitar la posibilidad de errar. La lealtad consiste en cumplir con los deberes honestamente y como persona de bien. Además, ayudar en las tareas del gobierno del que forma parte sin esperar gratitud ni reconocimiento. Basta cumplir con su deber.

Honestidad. No debe aprovecharse del cargo para enriquecerse ni favorecer a parientes y amigos. El vicepresidente tiene que ser impoluto en manejo del dinero del pueblo y no debe dar motivo ni siquiera para la duda.

Humildad. Debe conformarse con ser el número dos, así la propia vanidad o sus aparentes capacidades le digan que merece ser el número uno. Aceptó ser el segundo de a bordo, así debe ser siempre y dejarlo muy claro a los adulones que pretendan exaltarlo.

Estos tiempos son oscuros y difíciles. La vicepresidenta Verónica Abad se siente víctima de una injusticia porque ha recibido una sanción administrativa que le impediría suceder al presidente cuando pida licencia para su campaña electoral. La Corte Constitucional debería pronunciarse para zanjar este asunto. El art. 351, numeral 5, le permite hacerlo a petición de algún constitucionalista patriota que lo pida. ¿Quién ayuda? (O)

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