Alberto Dahik Garzozi: Nuevo cardenal | Columnistas | Opinión

En medio de muchas noticias malas, que se magnifican en las redes y medios, y que hacen más ruido que las noticias buenas, el Ecuador recibió con regocijo la noticia de que su santidad, el papa Francisco, designó a monseñor Luis Gerardo Cabrera Herrera como el nuevo cardenal de la Iglesia ecuatoriana.

Esta designación se oficializará formalmente en el cónclave que se realizará en el mes de diciembre en la ciudad de Roma.

La buena nueva para la Iglesia del Ecuador

Guardo especial afecto al futuro cardenal y actual arzobispo de Guayaquil, pero no será este hecho el que impida la objetividad de estas líneas.

Monseñor Cabrera es un franciscano que destaca por una de las mayores virtudes de esa maravillosa orden mendicante: la humildad. A pesar de su profunda preparación, sus enormes conocimientos en especial de las escrituras, y de su gran capacidad intelectual, el nuevo cardenal rebosa humildad y sencillez. Sus declaraciones luego del anuncio de su nombramiento más que lo demuestran.

Su valía la entendieron los franciscanos, y lo llevaron a Roma, para cumplir labores en la casa general de ellos en la ciudad eterna. Pero la Iglesia ecuatoriana también reconocía su gran valía, y por ello, la Conferencia Episcopal pidió que lo dejaran regresar a nuestro país. El papa Benedicto XVI valoró a nuestro nuevo cardenal y lo nombró obispo de una de las cuatro arquidiócesis del país: la de Cuenca. Fue muy querido en esa diócesis y ciudad, y el papa Francisco luego lo nombró arzobispo de Guayaquil.

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El país no tenía cardenal desde la muerte de nuestro anterior purpurado, monseñor Raúl Vela Chiriboga. Era muy predecible que el nombramiento del nuevo cardenal recayera en monseñor Cabrera, pues ante la convocatoria al sínodo sobre la sinodalidad, el papa escogió, de entre más de 5.000 obispos que hay en el mundo, a solamente nueve, para ser sus delegados y presidir las sesiones del sínodo universal. Eso representó un enorme honor, que pasó desapercibido en el país, que prefiere analizar cosas superfluas y no temas como este.

El nombramiento reconoce los méritos enormes, la gran preparación y la calidad humana del arzobispo de Guayaquil, que pudieron ser comprobados por el papa Francisco, en la cercanía que significó ser su delegado y presidir varias sesiones del sínodo.

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Es la segunda vez que el cardenal de la Iglesia ecuatoriana no es el obispo de Quito, y, en cierto sentido, además de los innegables méritos de monseñor Cabrera, es un reconocimiento a la profunda fe católica del pueblo guayaquileño.

Monseñor Bernardino Echeverría, también franciscano, quien fue obispo de Ambato y también en su momento arzobispo de Guayaquil, fue nombrado cardenal cuando era administrador apostólico de la diócesis de Ibarra. Recuerdo que él me dijo cuando era arzobispo de Guayaquil: “El pueblo más católico del Ecuador es el pueblo de Guayaquil”. Tomando ese testimonio tan real, el nombramiento de monseñor Cabrera es también un reconocimiento a la gran fe del pueblo de Guayaquil, que ha recibido con enorme gozo la noticia que su arzobispo ha sido designado cardenal.

Que Dios guíe a nuestro gran arzobispo en las delicadas funciones que el papa le ha encomendado. (O)

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