A Ginette Kolinka se le quedó grabado el olor a muerte del campo de exterminio nazi de Birkenau (Polonia) y tampoco olvida esos paisajes inhóspitos pintados de barro y cubiertos de humo. Ahora, a punto de cumplir 100 años, su horror queda retratado en el cómic Adiós, Birkenau (Norma Editorial).
Kolinka aprendió a convivir con el duelo y recuerda la ausencia de vida y un cielo sin pájaros: “No había ni uno. No se atrevían a acercarse aquí”. Tenía apenas 19 años cuando llegó al centro, conocido también como Auschwitz II.
Adiós, Birkenau, con guion de Victor Matet y Jean-David Morvan, dibujos de Cesc Dalmases y Ricard Efa y color de Roger Surroca, es un descenso a los infiernos que ilustra y documenta una vida dedicada a la memoria de las millones de víctimas del Holocausto.
El dolor y el horror, pero también el orgullo y la resiliencia, acompañan cada viñeta de un cómic hecho para honrar su memoria, rota con su llegada al campo: “A partir de ese momento, creo que dejé de pensar. Como si mi cerebro se desconectara. Puede que dejar de pensar fuera lo que me salvó la vida”, asegura en el cómic.
El 13 de abril de 1944, Kolinka (París, 1925) fue deportada junto con su padre, su hermano y su sobrino del campo de internamiento de Drancy, a las afueras de París. De los cuatro, ella fue la única que regresó para contarlo. Llegaron a Auschwitz en el convoy número 71 junto con otras 1.500 personas. Su número tatuado, el 78599.
El cómic aborda tres épocas de la vida de la protagonista: los meses previos a ser deportada, su periplo en Birkenau y su vida actual, como embajadora de las víctima del Holocausto. Todo realizado con un trabajo de documentación y detalle descomunal en el que han colaborado expertos, asesores e investigadores.
“La intención de los guionistas era la de hacer el cómic más documentado sobre Birkenau, básicamente porque Ginette se queja siempre de cómo aparecía el campo en películas, otros cómic e incluso documentales”, destaca a EFE Ricard Efa.
El arte de narrar el horror del Holocausto a través del cómic
“No damos nuestra opinión. Interpretamos lo justo para poder retratar el horror de Ginette, con respeto y distancia. El libro es Ginette y su experiencia. Todo lo que hicimos estaba bajo su supervisión para ser lo más fieles posible”, explica Efa, que desvela que necesitaron seis meses de trabajo para ilustrar la novela.
Cenaron con su familia y comieron los mismos embutidos que salen en el cómic porque “la novela es un retrato de Ginette. Una mujer llena de energía que pese al horror de lo que cuenta siempre encuentra un lugar para una broma, una anécdota, rebajar el tono o ponerte en tu sitio”, añade el dibujante.
Desde que fue liberada en 1945, Ginette Kolinka se pasó más de 50 años sin hablar de lo que le había pasado hasta que empezó a dejar aflorar todos esos recuerdos reprimidos y a recorrer los colegios e institutos de Francia, incluso en muchos casos acompañando a los alumnos al propio Birkenau.
En 2020, a los 95 años, accedió a visitar el campo con los guionistas Victor Matet y Jean-David Morvan para poner los cimientos de una novela gráfica que ve ahora la luz y que pretende llegar sobre todo a un público juvenil, que conozca y entienda lo sucedido en el conocido como “el mayor cementerio del mundo”, en el que murieron más de un millón de personas.
“Para ella, una mujer que hará 100 años en pocos meses, un cómic no deja de ser algo para críos. Desconfiaba del resultado pero poco a poco se dio cuenta de que era posible contar algo importante de este modo, siendo fieles a su historia”, considera Efa.
Tras ver el resultado, “se siente una estrella por la relevancia en ventas del libro y las entrevistas en la televisión francesa que le han salido”, añade.
Para Cesc Dalmases, el mayor desafío al que se enfrentaron fue el de “conseguir que fuera creíble, que las páginas reflejaran lo que pretendíamos: llegar al público y contar una historia potente con un estilo semirealista, más suelto y limpio que ayude a los lectores a sentirse reflejados con los personajes. Transmitir esa emoción”.
Y para lograrlo, Roger Surroca utilizó una paleta de luz para hablar del presente y la oscuridad para narrar el pasado. “Nos interesaba diferenciar la estrategia narrativa con el color de manera sutil”, resalta.
“Ella no recuerda apenas la cara de la gente. Nosotros no éramos capaces de poner esas caras. Plasmamos eso con fantasmas de humo, lo que anticipa el final y el horror al que se enfrentó”, concluye Efa. (F)