El sábado se cumplieron dos tercios del periodo presidencial y legislativo. Por lo menos dos de los seis meses que faltan para completar el tiempo para el que fueron elegidos, los asambleístas estarán dedicados a la campaña por la reelección de la mayoría de ellos y seguramente ocuparán un mes más en los reclamos y rabietas por los resultados. Si el presidente de la República lograra pasar a la segunda vuelta debería ocupar alrededor de cinco meses a esos asuntos. Además de los números, que son preocupantes por la inestabilidad que reflejan, hay que considerar que en ambos casos no hay claridad sobre sus reemplazos. En la Asamblea hay un enredo porque en la práctica desaparecerá temporalmente el CAL y quedará a cargo una presidenta que no podrá tomar ninguna decisión. En el Ejecutivo el problema es mayor, ya que cualquiera que sea la decisión que se imponga para poner fin al enfrentamiento entre el presidente y su vicepresidenta será muy negativa para el país.
La competencia de los líderes
Ya se ha dicho mucho sobre este último tema, pero cabe reiterar que solamente hay dos salidas posibles. La primera es la aplicación de la disposición constitucional que establece el encargo temporal de la Presidencia a la vicepresidenta. Es verdad que esto podría abrir un periodo azaroso para el país, pero es el precio que se debe pagar, en el marco de un Estado de derecho, por la improvisación que hubo en la selección de ella como candidata. La otra salida es la imposición de una persona que proviene de un procedimiento inconstitucional, lo que añadiría elasticidad a la plastilina institucional que tenemos por lo menos desde que le impidieron asumir a Rosalía Arteaga.
Noboa puede hacer campaña sin dejar la Presidencia
El problema de los meses de acefalía de los dos poderes políticos del Estado es un buen motivo para pensar seriamente en una reforma constitucional que elimine la novelería de la llamada “muerte cruzada”. Esta primera experiencia de su aplicación debería servirnos de lección para hacerlo. Cuando se la discutía en Montecristi, desde varios espacios se les advirtió sobre la inseguridad que produciría. Habría que oír si, ahora, con toda la evidencia frente a sus ojos uno de sus autores mantiene su argumento de que la ponían ahí para que no fuera aplicada ni por el presidente ni por los asambleístas, vale decir, como una amenaza. Esta se cumplió y por ello vivimos este periodo de inestabilidad que, como en una mala obra de teatro, tiene su origen constitucional.
Perforar el escudo
Como no podía ser de otra manera hemos debido soportar a un Gobierno y a un Legislativo temporales o pasajeros que pusieron por delante sus respectivas campañas electorales. Era el contexto ideal para sustituir con medidas tramposas y con cálculos de cortísimos plazos sus deberes de gobernar y legislar. Con una historia de irregularidades e inestabilidad, alimentada por novelerías como la del recorte de los mandatos, no se podían esperar resultados diferentes. Tampoco se puede suponer que algo pueda cambiar durante los escasos días que les van a quedar para cumplir sus funciones. Y lo más grave es que lo que se avizora para el siguiente periodo no será diferente. Seguiremos no solamente con la misma Constitución que está hecha para parir situaciones de este tipo, sino que serán las mismas comadronas quienes se encargarán del alumbramiento, que en realidad es un aborto. (O)