Cuando se les pregunta por quién van a votar en los próximos comicios, algunos responden “por el menos malo”; otros, “por ninguno, no vale ninguno”. Si suponemos que quienes dan esta última respuesta votarán nulo, la cosa está hecha, el próximo presidente será “el menos malo”. ¿Nombre y apellido del nuevo primer mandatario? Eso es otra cosa, no soy adivino. ¿O sea que vamos a elegir al “mejor”? Decir ‘el mejor’ conlleva una connotación de óptimo, el mejor de los buenos. No es ese el caso, “el menos malo” connota resignación, el menos malo de los peores. La conformación de la papeleta electoral evidencia cuál es la mayor carencia de este país. Nuestro mayor déficit es de líderes. Cualquier problema es más llevadero cuando existe un conductor que proyecte una imagen confiable. De esos no hay, en este país descabezado siempre faltaron verdaderos dirigentes, por eso hemos permanecido bajo de la media durante toda nuestra historia. Hubo personalidades significativas, pero no fueron ni diez en dos siglos.
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Nadie tiene la receta para fabricar guías. Entonces, ¿por qué no intentamos formar grupos coherentes que se preparen para asumir las tareas de manejo del Estado y de las entidades públicas subordinadas? No quiero esconderme detrás de ningún eufemismo, estoy hablando de favorecer, normar e impulsar un sistema de partidos políticos. ¿Qué debe ser un partido político sino un equipo de personas que busca captar el poder y aspira a ejercerlo de la mejor manera posible? No lo hacen por altruismo, sino para que sus electores los mantengan al timón de la cosa pública, todo el tiempo posible. No estamos planteando ninguna receta esotérica porque así funcionan todas las democracias dignas de ese nombre. Organizaciones con estructuras participativas, con acciones predecibles y controles verificables. Deben ser, además, verdaderas escuelas de líderes, que formaron a sus cuadros en las disciplinas indispensables para una efectiva y positiva acción política. Es un sistema imperfecto, como lo son todos los creados por esos seres falibles que se llaman humanos, pero es el mejor que hay. Así funcionan los países que han tenido éxito. No existen sólidos sistemas partidarios en las naciones política y económicamente subdesarrolladas, que sobreviven dando bandazos entre la anarquía y la dictadura.
Un debate con temas relevantes y cercanos
A principios de este siglo algunos medios de comunicación y sus periodistas colaboraron en una campaña feroz contra la que llamaron “partidocracia”. Esto, primero, era una falacia, nunca hubo en Ecuador un conjunto orgánico de partidos serios que controle, bien o mal, el Estado. Segundo, tan descocada novelería se dio, justamente, cuando los líderes de las siempre incipientes formaciones empezaban a comprender que la democracia significa acuerdos antes que confrontaciones. Destruidas las entidades apropiadas, el país fue copado por compañías de baile y bandas criminales. En tal desbarajuste aparecen acaudalados amateurs de la política que, dado el desastre, parecen salvadores. Es de esperar que quienes coadyuvaron a ese descalabro hayan reflexionado y ahora estén dispuestos a favorecer los cambios para ser una república. (O)