Simón Pachano: Menú indigesto | Columnistas | Opinión

Cuatro mil cuatrocientos cincuenta y cinco, visualizado como 44 y 55, es uno de esos números que muy pocas personas escogerían como clave para sus cuentas de las redes sociales y mucho menos para el guachito de la lotería. Pero, quiéranlo o no, ese es el menú que estará a disposición de los electores en las elecciones de febrero. Más allá de las cábalas que siempre rodean las cifras, a primera vista parece que son muchos, muchísimos, como para perderse en una maraña de nombres (cada vez más raros), doble apellido, siglas y números de las organizaciones políticas. Sin embargo, entrando en los detalles, se puede ver que el problema no está tanto en la cantidad (que sí complica las cosas), como en los aspectos políticos del asunto.

Las complejidades del legislativo en campaña

Para comenzar, es evidente que cada votante no se enfrentará a ese enorme número, sino a uno bastante más pequeño. Todas las personas que se acerquen a su respectiva urna encontrarán una papeleta con 16 opciones para la Presidencia de la República. Es un número alto, sin duda, pero ya tienen experiencia y las encuestas confirman que una alta proporción da este primer paso con la decisión tomada de antemano (alrededor del 80 % decide su voto previamente). De inmediato deberán escoger a los asambleístas nacionales, en la que deberán optar entre doce listas. Debido a que el voto es por lista, el número de personas que las integran (que son quince) pasa a segundo lugar. Lo mismo sucede con la elección de asambleístas provinciales, en que el número de listas es variable (con un máximo de 19 en Loja) y que extrañamente no guarda relación con el tamaño de la población. Finalmente, deberán escoger a quienes se beneficiarán de esa beca o retiro anticipado que es el Parlamento Andino, en que deberán decidir entre once listas. En síntesis, cada votante tendrá que elegir a una persona para la Presidencia (la candidatura vicepresidencial prácticamente no cuenta, excepto en casos como el del candidato de la RC5 que puede ahuyentar a algunos de los militantes) y a tres listas para los otros cargos.

De esa manera, el larguísimo menú –que solo de imaginarlo resulta indigesto– se reduce sustancialmente, pero obliga a dirigir la mirada a la esencia del problema, esta se encuentra en el origen de los asambleístas. La Asamblea, un órgano de uno de los poderes del Estado de un régimen unitario, no federal, está conformado por una abrumadora mayoría de personas que asumen una representación territorial. Los membretes de su papelería, sus identificaciones en las redes sociales y más huellas de identidad rezan “asambleísta por la provincia de…”, como si fueran portadores de los intereses de esa localidad y no de la nación como un todo. Esa concepción es una de las razones (no la única) de los camisetazos y consecuentemente de la fragilidad de los partidos. Estos están obligados a ceder a los intereses locales para que no se desgrane su voto, aunque con ello pierdan lo poco que les queda de propuestas nacionales de largo alcance.

Una república espacial

El incremento del número de legisladores por el crecimiento poblacional agudizará el problema. Es necesario pensar en una solución que consista en incrementar los asambleístas nacionales a costa de reducir los provinciales y que en la elección legislativa solamente participen partidos nacionales. Con eso, se aliviaría en algo el indigesto menú. (O)

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