El pastor evangélico del barrio era ejemplo de rectitud. Ante cualquier travesura, su correa nos perseguía hambrienta con la venia de nuestros tutores. Ese temor infantil finalizó al ser pillado por su esposa en carnal traición. Mi abuela era católica. Íbamos a la catedral los domingos. También nos enviaba a cultos evangélicos y escuchábamos a testigos de Jehová, mormones y toda religión que tocaba la puerta. La religiosidad es soporte emocional de quienes libran batallas internas por percances personales, deudas, enfermedades, desempleo, migración forzada, estrés, desilusiones políticas y hasta el peligro de un conflicto nuclear. Pánico, impotencia, depresión bajan la autoestima de los compatriotas y afectan su salud integral.
Navidad tumultuaria
Un amigo pasa un momento difícil. Su vida se desmoronó de repente. Pero una reconocida iglesia cristiana de Machala le devolvió la esperanza. Me invitó. Acudí receloso por mis antecedentes con dicha institución. El ambiente, la música contagiosa, las buenas vibras me aterrizan en un energético lugar. La devoción alimenta el anhelo de un pueblo clamando piedad a Dios, abrazados a la fe; a esa “certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11, 1).
Apuntes de mi vigilia
Observo la entrega de los creyentes. Mutan su angustia a completa paz. La fe combate sus temores. El miedo es la percepción anticipada de un dolor físico, psicológico, espiritual. Según Martin Heidegger, este nos hace conscientes de nuestra fragilidad y finitud.
Para Søren Kierkegaard, la fe en Dios comienza donde termina la razón del hombre. El ministro los insta a armarse con el escudo de Mateo 14, 31: “Creer en un Jesús que todo lo hace posible, e impedirle al miedo quitarnos la esperanza”. Los fieles se aferran al milagro de la oración. Algunos palpan respuestas concretas y reafirman su creencia.
Navidad en zozobra
Los poderes del Estado, llamados a normar la sociedad, la desordenan más en confrontaciones estériles que mutilan la democracia y multiplican el sufrimiento ciudadano. El 2024 hereda historias tristes; familias destrozadas; negocios arruinados; hijos desaparecidos; escenas de dolor, sangre, muerte. El Estado fallido desprotege al individuo; la palabra de Jesús los levanta. Al vivir situaciones extremas, a las personas solo les queda la unidad y la fe. La primera es difícil por la polarización política; la segunda adopta escudos espirituales como única salida. El mismo al cual se afianza un país entero, desgarrado por la crisis económica, problemas de desempleo, salud, educación, inseguridad, sin visos de pronta solución.
Nostalgia de Navidad
Pese a no resolver su mayor dilema, siento a mi amigo lleno de júbilo, valor, confianza en un futuro mejor, amparado por su inexpugnable y contagiosa fe. Jesús ya pagó el precio por nuestra salvación; no lo hará un político, dice el pastor. Pero Dios puede hablar a través de las acciones de los pocos dirigentes probos que existen. Parte un año trágico. Recibamos un 2025 optimista, donde la sabiduría popular elija autoridades preocupadas del bienestar ciudadano. Y, por qué no, donde todos portemos el escudo de la fe para vivir tranquilos. (O)