El principal beneficio de la dolarización es que ha sido la vacuna más eficaz contra uno de los peores males del populismo: la inflación. No es una panacea y por lo tanto no ha curado la proclividad de nuestra clase política a gastar más de lo que recauda, ni la de los ecuatorianos de elegir en las urnas a políticos irresponsables, pero sí ha limitado el daño. Al limitar al menos una vía de financiamiento del gasto público, la emisión monetaria, ha sido una restricción eficaz, considerando que con nuestra institucionalidad frágil el desborde fiscal pudiera ser de una magnitud muy superior a la que hemos padecido.
La dolarización es también una reforma política. Como explicó el economista Steve Hanke, la dolarización equivale a instituir el Estado de derecho en la esfera monetaria. El dólar ha sido durante el último cuarto de siglo una isla con “imperio de la ley” en medio de un caos populista. El dólar es igual para todos y no puede manipularse para realizar transferencias masivas de riqueza en beneficio de clientes políticos, como solía suceder con la moneda nacional. Hoy los ecuatorianos usamos una moneda de aceptación universal que además sirve como depósito de valor.
Por eso, cuando un proyecto autoritario logró apoderarse del congreso, las cortes, los militares y la mayoría de las instituciones del Estado durante una década (2007-2017), el dólar se mantuvo fuera de su alcance y eventualmente impuso una restricción presupuestaria eficaz que nos llevó de vuelta a la democracia. A los socialistas del siglo XXI se les cerraron los mercados internacionales, se les acabó la bonanza petrolera y no podían acudir a la maquinita para imprimir billetes.
La dolarización nos ha provisto el periodo más largo de estabilidad monetaria de nuestra historia republicana. El único blindaje que realmente necesita es la eliminación del Banco Central del Ecuador (BCE). La experiencia de Panamá demuestra que un banco central es innecesario en una economía dolarizada. La Superintendencia de Bancos podría supervisar el sistema bancario, la compensación de cheques se podría realizar a través de cámaras privadas, la información estadística la proveería el INEC, y las cuentas del Estado, las empresas estatales, el IESS, municipios, prefecturas, etc., serían manejadas por los bancos estatales existentes y los billetes dañados serían cambiados por los bancos privados.
Por otra parte, sabemos por nuestra experiencia que mantener al BCE es dejar la puerta abierta para todo tipo de travesuras que, si bien no arriesgan la dolarización, sí ponen en riesgo la estabilidad del sistema financiero. Al concentrar una porción importante de las reservas en el BCE, el correísmo aplicó una política restrictiva del crédito y se arriesgó a desatar una corrida en el sistema bancario. Para ellos, gestionar la liquidez implicó ser la caja chica del Gobierno central y no nos podemos permitir el lujo de dejar esa posibilidad sobre la mesa para algún próximo residente de Carondelet.
El complemento natural de una economía dolarizada es la internacionalización financiera, apuntando a competir con los centros financieros internacionales. Los ganadores serán los ecuatorianos, quienes lograrán así tener acceso a una mayor oferta de crédito y mejores servicios financieros. (O)