Si alguien busca una explicación de lo que significa el vaciamiento de la política, solo necesitará observar brevemente la campaña electoral ecuatoriana. Para comenzar, se encontrará por lo menos con 10 de los 16 candidatos a la Presidencia que no tuvieron alguna relación previa con la organización que los ampara. Buscaron un membrete o este los buscó. Cuatro de los seis restantes (González, Escala, Kronfle e Iza) pueden presentar alguna relación previa con sus auspiciadores. Los otros dos (Jairala y Noboa) tienen sus propias tiendas o, más bien, sus propios chiringuitos. No es casual que las personas entrevistadas en los reportajes callejeros apenas puedan identificar a un máximo de tres candidatos.
El debate 2025
La participación en política exige antes que nada tomar una posición clara acerca de todos los problemas que abarca la política, es decir, asumir una definición ideológica. Esta puede denominarse izquierda o derecha, liberal o conservadora, pro-Estado o promercado, progresista o retrógrada, entre otras, pero lo cierto es que quien interviene en política está obligado a ubicarse en una de esas casillas. Pero, lo predominante en esta contienda es la negativa a ocupar un lugar. La mayoría de candidatos acude al socorrido absurdo de la caducidad de las ideologías, aun cuando defiendan a rajatabla una de esas posiciones. Cuando quieren ir más lejos afirman que no son políticos y que hacen un sacrificio.
La mayoría de los candidatos, con sus respectivos asesores, se obstinan en hacer de la carencia de definición una virtud. Los primeros lo hacen por su condición de novatos en este campo con el correspondiente desconocimiento de sus principios, artes y técnicas. Los otros –que se han multiplicado exponencialmente en los últimos años–, por adherirse a una visión que pone a la técnica comunicacional por encima del contenido de la política. A unos y otros les da lo mismo la disputa electoral que la oferta de papas fritas en el mercado. El elector pasa a ser un cliente potencial al que se puede conquistar con un eslogan, con un mensaje de 15 segundos en las redes o con el baile del candidato (mucho mejor si hace el ridículo, porque eso quedará en una memoria en la que no cabe un discurso).
‘Tiene 25 segundos…’
Con su flexibilidad de plastilina, las instituciones se han adaptado a esa situación. Basta ver cómo han diseñado los debates. Como lo dice su nombre, estos deberían ser espacios para el intercambio de ideas y para la sustentación de las respectivas posiciones. Pero, escudándose en el alto número de candidatos sustituyen el intercambio de ideas y de propuestas por unas entrevistas sujetas a tiempos absurdos, sin posibilidad de réplica y contrarréplica. Cuesta tomar en serio a unas personas adultas comportándose como niños en una sabatina del primer año de primaria, que deben recitar las respuestas preparadas de antemano. Más absurdo aún, hacer un debate de las y los vicepresidenciables, que únicamente tendrían que decir que se ocuparán de las funciones que les asigne el presidente.
Es tan ostensible el vacío que cabe la irónica frase que Laurent Binet pone en boca de un personaje de La séptima función del lenguaje: “Es preciso tener una inteligencia admirable para convencer a los demás de que gobernar consiste en no ser responsable de nada”. En fin, como se dice coloquialmente, es lo que hay. (O)