Miguel Molina Díaz: Iván Egüez, escritor | Columnistas | Opinión

Pensaba Jorge Enrique Adoum que, seguramente, en un libro sobre el fracaso de nuestro país como república, el fracaso de su partido como guía de un pueblo que no tiene patria, el fracaso de la literatura como arma y como literatura, es decir, el lento y largo fracaso de uno mismo, hay personajes que son para nosotros indispensables. Iván Egüez es el creador de algunos de esos personajes, que nos han permitido sobrevivir a la cruda realidad ecuatoriana. Especialmente, una, ya histórica en nuestra ficción.

Este escritor nació en Quito, a finales del año de la Gloriosa Revolución del 28 de Mayo de 1944, que terminó en desilusión. Imagino que fue lector insaciable en sus años de adolescencia, pues al crecer se decantó por el periodismo, que estudió en la Universidad Central. En esa época, empezaron sus indagaciones literarias, y si consideramos los años que corrían, también las políticas. Literatura y revolución constituían la experiencia metafísica de aquel entonces. Fue parte de los tzántzicos, término de la lengua shuar que alude a la reducción de cabezas. Es decir, Iván participó del movimiento cultural que en la década de los 60 se decantó por una literatura irreverente con la institucionalidad tradicional.

Iván Égüez: ‘El cuento es como el picaflor’

La vida, escribió Iván Egüez, es un camino que hay que andarlo, no importa que sea por los aires. En el año 2013, mientras estudiaba literatura en Barcelona (España), un estudio sobre La Linares fue mi trabajo final para la clase de Teoría y Análisis de la Narrativa. Años después, cuando escribí y publiqué mi primera novela, llamé en ella al mayor diario de Quito como El Mercantil, tal como Iván Egüez lo hace en la suya.

Quizá haya un antes y un después en nuestra tradición literaria a partir de La Linares, ganadora en 1975 del Premio Aurelio Espinosa. La experimentación con el lenguaje y con la estructura de la historia, así como con las distintas voces que la narran, exploran algunos hechos esenciales de la vida nacional, como el ascenso del liberalismo, la masacre de los trabajadores en Guayaquil el 15 de noviembre de 1922, la Revolución Juliana o la invasión de los marcianos del 12 de febrero de 1949. Estos hechos, sin embargo, no se abordan desde el horror y la tragedia, sino desde un dolor satírico e hiperbólico que dialoga con lo real maravilloso, propugnado por Alejo Carpentier, como cuando el monumento a la Independencia, en nuestra Plaza Grande, le habla directamente al Presi, que escucha absorto en el balcón del Palacio.

Los 40 años de ‘La Linares’ se festejan con literatura

Hace 49 años, Iván Egüez transformó la historia de la literatura ecuatoriana con un personaje indispensable, portadora tal vez del encanto de Emma Bovary y de Anna Karenina, y con una especial capacidad de ser símbolo de Quito, es decir, cielo e infierno a la vez. Y ahora, cuando el destino del Ecuador está en duda, y nuevas Estrategias de pestilencia recíproca pretenden venderse como solución a la violencia y a la descomposición de la sociedad, la figura de la Linares es nuevamente un espejo y quizá una brújula, para no repetir la historia y para entender que toda esa lectura y esa escritura de Iván Egüez, han valido la pena. (O)

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