Todo arranca con el trueque, sencillo pero con un grave problema temporal: debías tener algo que la otra persona quería y viceversa, y poder encontrarse en el momento adecuado. Más allá de lo muy local, se requerían intercambios complejos para obtener los productos deseados, incluyendo la dificultad (cuando ya eran muchos) de relacionar precios entre unos y otros productos.
Las sociedades se inventaron entonces “el dinero”: sal, metales, spondylus y más, eso resolvió los problemas del trueque: el intercambio entre productos ya no tenía que ser inmediato, surge el ahorro monetario (diríamos que aparece el tiempo en la economía), cálculos simples porque ya no se hacen entre cada producto, sino todos frente a la unidad monetaria. Pero este medio tenía la dificultad de transportarlo, vino entonces un nuevo paso: almacenamos el metal (la moneda más común) en bóvedas de oferentes (no eran aún bancos) que emitían “papeles” (antepasados del papel-moneda… como vales en el vestuario del teatro) que si uno lo deseaba permitían recuperar el metal, y así se llegaron a intercambiar papeles en lugar de metales. Un día las bodegas se convierten en bancos, cuando se presta el oro inmovilizado y pocas veces reclamado, con lo cual terminaba habiendo más papelitos que oro, o se producían títulos de crédito sobre oro que no existía.
Y esto último abrió los ojos a los gobernantes: nacionalizaron la creación de moneda, al descubrir que podían generar títulos de crédito y pagar cosas sin aumentar impuestos… aunque apareció otro impuesto: la inflación. Se rompió la relación entre el valor productivo y el dinero, olvidándose que este último solo es un medio de intercambio muy útil entre producción y producción. Y sobre todo se “dañó” la mentalidad al hacer creer que el dinero podía reemplazar esfuerzo, ahorro, productividad… y algo más: ¡como las personas ricas “tienen dinero”, entonces tiene que haber más dinero!
Bajan intereses en EE. UU.
Cacao: adiós calidad
Surge entonces la inflación, no solo de bienes al consumidor sino en activos (acciones, vivienda), algo muy peligroso. Tan es así que la gente que critica la desigualdad global no se da cuenta de que esa desigualdad se da sobre todo por la valoración excesiva de los activos. ¡Resultado de que esa misma gente apoya que los Bancos Centrales (BC) estimulen la actividad con más creación monetaria! Y de ahí la idea errada de que en una economía que funciona bien debe haber inflación, por eso el mínimo del 2 % que los BC se imponen como objetivo (seamos justo, un mínimo que tampoco debe ser superado ampliamente).
En algunos momentos esto puede ser cierto, pero solo en algunos, porque en una economía que avanza porque mejora la productividad (generando bienes de más valor usando menos recursos) los precios pueden perfectamente caer, es decir, la deflación no es señal de estancamiento, todo lo contrario y entre otras porque la deflación favorece a dos factores esenciales: al poder adquisitivo de los salarios y al ahorro (en lugar del endeudamiento). Claro, se requiere una economía flexible que ya no es desgraciadamente común. ¡Cuando oiga de cómo los BC manejan los intereses, imprimen más dinero, luchan contra la inflación que ellos mismos generan, no les otorgue demasiado crédito! (O)