Simón Pachano: Chuchaqui y desinclusión | Columnistas | Opinión

Como si se hubiera tratado de grandes y largas fiestas, de farras irresponsablemente regadas, después de cada periodo de auge económico, el Ecuador ha vivido tremendos chuchaquis o como quiera que se le llame a esa sensación de decaimiento y pesimismo. Pero, a diferencia del organismo humano que se toma uno o dos días para recuperarse, el organismo social necesita de muchos años, lustros o décadas. Esa sensación fue la que predominó a lo largo de los años 60, cuando el auge bananero perdió impulso por la competencia centroamericana en el mercado mundial. Se repitió desde finales de los setenta hasta la llegada del nuevo siglo, por el fin del primer boom petrolero. La vivimos actualmente, desde hace ya diez años, concretamente desde 2014, cuando se hizo evidente el fin del segundo boom petrolero, con la diferencia de que en esta ocasión el chuchaqui se sintió inicialmente menos debido a la dosis de dolarización que el país se administró previamente.

Cumplir las funciones

Después de cada una de esas tres ocasiones los efectos se sintieron en la economía, con notorios frenazos de la tasa de crecimiento y con fuertes incrementos en los índices de pobreza, desempleo y desigualdad. No podían faltar los remezones en la política, que en cada uno de esos periodos se volvió más confrontativa e impredecible. En este campo, la mesa estaba servida para los caudillos salvadores de la patria e incluso para los golpistas que nunca faltaron en la historia nacional. Cabe recordar que el fin de la época cacaotera abrió un periodo de 23 años de inestabilidad, con casi 30 gobiernos, enfrentamientos armados, una guerra y el surgimiento del primer populismo que predominó por 40 años. La experiencia actual no ha llegado a ese grado de desorden, pero eso no le quita gravedad.

La crisis: del manejo a la anticipación, planear escenarios

Una de las consecuencias más negativas –y con mucho peso político– de este subibaja de la economía es la que, con un neologismo, podría denominarse desinclusión. A diferencia de la exclusión, que alude a las personas o los grupos que históricamente han sido marginados de los beneficios económicos y sociales, esta palabreja se refiere a quienes, habiendo sido incluidos en los momentos de auge, perdieron esa calidad en los tiempos de recesión. Varios estudios de psicología social y de comportamiento político demuestran que la actitud de quienes perdieron la condición de inclusión es muy diferente a la de quienes siempre fueron excluidos. Estos últimos tienden a considerar que su situación es algo natural. Por el contrario, los primeros son más radicales, buscan soluciones autoritarias y muestran más desafección hacia la democracia. La sensación de pérdida de estos es más fuerte y tiende a expresarse políticamente en mayor medida que la de carencia de los otros. Hay una mayor politización de la rabia y, como se sabe, la rabia es ciega, especialmente en el chuchaqui.

Por qué estamos así

La campaña que ya estamos viviendo no puede escapar de esa realidad. Basta considerar el efecto que tienen en las redes sociales los apagones. Unas personas acostumbradas a ver por dónde caminan con solo oprimir un botón sienten que han perdido una parte importante de su propia condición cuando tienen que esperar horas para poder hacerlo, no se diga para conectarse a internet o ver el fútbol por televisión. Se sienten desincluidos y eso le pasa factura al país. (O)

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