El gran Umberto Eco escribió el cuento Los tres astronautas, en el que narra la historia de un estadounidense, un ruso y un negro africano que viajaron a Marte. Los dos primeros no se querían entre sí y ambos no querían al negro. Lejos de casa, se sintieron tristes y se juntaron, aprendiendo a conocerse y a quererse. Vieron a un marciano a quien querían matar, pero entonces voló un pajarito que cayó al suelo temblando de frío y miedo. Los tres lloraron. El marciano se acercó al pajarito y lanzó dos columnas de humo de su trompa. Los terrícolas comprendieron que el marciano lloraba, a su modo. Vieron que levantó al pajarito entre sus seis brazos, para darle calor. El negro, que en sus tiempos había sido perseguido por su piel negra, les dijo a sus amigos: “Creían que esta criatura era diferente a nosotros, pero también ama a los animales. ¿Todavía creen que debemos matarlo?”. Los otros se sintieron avergonzados y, acercándose al marciano, le tendieron la mano.
Creemos que la historia humana ha sido solo de desencuentros, pero no en la comunidad primitiva, cuando todo era de todos, todos trabajaban y todos se repartían lo producido. Era la edad de oro que describe El Quijote. Así procedían los apóstoles y soñó Tomás Moro en su novela Utopía. Ese orden de cosas se derrumbó al generar la producción un excedente, del que unos se apropiaron en desmedro de otros y nació la esclavitud.
Olvidando el ser humano su condición humana, Caín ha matado a Abel una y otra vez. El siglo XX, más mortífero que los precedentes por haberse incrementado la capacidad de destrucción, fue testigo de enconos atroces. Uno es el que acaeció en Ruanda, dominado por Bélgica en el periodo colonial, que clasificó erróneamente a los hutus y los tutsis. Estos, a pesar de ser minoría, sometían a aquellos. Servida la mesa de las diferencias, en 1994, ante la desidia de la comunidad internacional, 800.000 tutsis fueron asesinados por los hutus, quienes por radio llamaban a exterminar a las cucarachas. Mataron también a los hutus moderados, hombres hutus asesinaron a sus esposas tutsis, 200.000 mujeres fueron violadas, el 70 % de la población tutsi fue aniquilado, el horror en proporciones inimaginables. Y en esta centuria, la maquinaria de guerra sigue vigente.
Hay que desactivar las bombas que desunen: “El respeto al derecho ajeno es la paz”, decía Benito Juárez. En un mundo de desigualdades económicas y sociales, de opresión de potencias poderosas a las débiles, la reacción es un imperativo. Debemos erradicar el odio que se infunde y envenena. Como el de quienes acusaban a los judíos de elementos impuros y de intrusos en la presunta pureza racial del pueblo ario. El del sionista que dice que son animales humanos los palestinos. Mas la justicia también debe imponerse para reparar los daños y castigar a los culpables. En Ruanda las comunidades la administraron para juzgar cientos de miles de casos de genocidio.
El marciano del cuento de Eco imagina una república espacial, donde todos se quieran. Cantamos Oda a la alegría de Schiller, para que los hombres vuelvan a ser hermanos. (O)