Cinco mil millones de personas. El dato es abrumador: cinco mil millones de seres humanos vieron en algún momento en sus televisiones o sus dispositivos los Juegos Olímpicos de París. Esta audiencia global, conocida hace apenas unos días, corrobora el éxito incontestable de una edición que dejó al mundo boquiabierto por sus gestas deportivas y por una puesta en escena fastuosa.
El Comité Olímpico Internacional (COI) y el comité organizador de los Juegos, que acaban de presentar los informes finales de París 2024, derrochan un sentimiento de orgullo: el seguimiento en redes sociales, la aceptación de los nuevos deportes, los retos en sostenibilidad, el retorno para la población local, el legado para posteriores ediciones… Y, además, unos excedentes económicos de 26,8 millones de euros, sobre un gasto de 4.453 millones. ¿Qué más se puede pedir?
Pero más allá de las cifras están los intangibles. La sensación de haber asistido a unos Juegos irrepetibles por la belleza de los escenarios, con la sin par inauguración a lo largo del río Sena como momento emblemático. El sentimiento de haber presenciado momentos que pasarán a la historia del deporte, como la reverencia de Simone Biles a Rebeca Andrade en el podio. O el dolor que dejó muda a la grada de La Chapelle cuando Carolina Marín se rompió la rodilla y aulló de rabia. Espíritu olímpico en estado puro, en la victoria y en la derrota.
Y luego estuvieron los récords, las medallas, las hazañas. La última entrada de Rafael Nadal a la central de Roland Garros. La coronación, en el mismo escenario, de Novak Djokovic. Las cuatro medallas de la eterna Katie Ledecky. Los dos oros de Teddy Riner o los cuatro de Léon Marchand, que enloquecieron a Francia. Los ocho triples de Stephen Curry en la final. La vuelta de Biles. El doblete de Remco Evenepoel en ruta y contrarreloj. O la manera majestuosa de pasar las vallas de Sydney McLaughlin-Levrone o de volar con la pértiga de Armand Duplantis, los dos atletas que batieron récords del mundo en el estadio de Saint-Denis.
Fueron los primeros Juegos con paridad absoluta entre los participantes: otro hito que quedará asociado a París y que ya no tendrá marcha atrás. Pero salió a la luz el problema de la identidad de género, ante las dudas sembradas por la inhabilitada Asociación de Boxeo (IBA) sobre el sexo de la argelina Imane Khelif y la taiwanesa Lin Yu-ting. Ambas ganaron el oro en sus respectivos pesos.
También fueron los Juegos que volvieron a hacer apto para el baño el río Sena, por primera vez desde 1923. Con dificultades, con aplazamientos, por los pelos, pero las pruebas de aguas abiertas y de triatlón se disputaron en su cauce. Está previsto que, tras algunas obras, todos los parisinos puedan disfrutar de un baño a partir de 2025.
París 2024 se disputó en ausencia de los equipos ruso y bielorruso, salvo por un puñado de deportistas que compitieron como neutrales. Las consecuencias de la guerra de Ucrania alcanzaron de lleno el territorio olímpico. No ocurrió lo mismo con el conflicto en Gaza, pese a las numerosas voces que pidieron sanciones deportivas para Israel.
Debutó en los Juegos el ‘breaking’, pero su presencia como deporte olímpico será efímera: ya ha desaparecido del programa de la siguiente edición. Pero, sea por la novedad, sea por incidentes como la descalificación de una refugiada afgana que reclamó los derechos de las mujeres de su país o por la controvertida actuación de la australiana Rachel Gunn (imitación de canguro incluida), el baile nacido en el Bronx acaparó el protagonismo en la plaza de la Concordia.
No se vislumbra en el futuro inmediato nada parecido a los Juegos de París. Los Ángeles 2028 y Brisbane 2032 serán, necesariamente, muy diferentes. La primera muestra de lo que viene la ofreció el actor Tom Cruise, al saltar desde el techo del Estadio de Francia en la clausura de París para recibir la bandera olímpica y llevársela en moto rumbo a su país. Luces, cámara, acción: la próxima fiesta la organiza Hollywood. (D)