María Josefa Coronel: Reflexiones por año nuevo | Columnistas | Opinión

Un futuro remoto, donde la sociedad no sea más que una masa humana esclavizada de robots, ya no es ni tan lejano ni imposible. El desafío ante la deshumanización de las relaciones humanas que nos trajo la tecnología y el cinismo crónico está en la puerta de nuestras casas hurgando heridas para confundirnos entre la verdad y la mentira, entre lo real y lo que no lo es. Vivimos en una corriente en la que se normaliza que abrazar a los semejantes es cosa que no tiene utilidad, menoscabando el alcance de cuánto bien le hace a la raza humana sentirse valorada con afecto corporal.

Nuestra memoria está almacenada en redes sociales y periódicamente recibimos en un paquete de imágenes-recuerdos que, a través de la pantalla vemos fotos-videos con el fondo musical que la inteligencia artificial eligió. Para recordar se necesita tiempo y estar dispuesto a volver a sentir las experiencias que nos han hecho lo que somos hoy y lo que nos falta conquistar para una vida expansivamente dichosa. La rapidez de la vida actual está aniquilando el proceso de recordar con nuestras neuronas y la posibilidad de crear sabiduría.

Por otro lado, construimos el mundo desde nuestra perspectiva, cada uno con la cuota de poder que tocó. Los expertos en historia dejaron de estudiar esta ciencia colocando únicamente a grandes personajes en el centro como motores únicos de la dinámica histórica. Incluyeron como factores determinantes a los movimientos sociales el proceso de las mentalidades. Quién es cada uno, cómo piensa y cómo actúa. Tener claro y actuar en consecuencia de quiénes somos dejará huella. Van de la mano. Nada nuevo, pero sigue siendo preciso preguntarnos quiénes somos y cómo podemos vivir en un mejor mundo.

En lo político, entre la izquierda y la derecha; en la era de la IA, la virtualidad se está convirtiendo en el escenario social en el que somos sujetos virtuales, no humanos y modifican la realidad objetiva de la sociedad. ¿Más confusión, mayor dificultad para saber la verdad? Y el ser humano, más allá de todo esto, ¿cómo pudiera definirse? En su laicidad como un ciudadano ético. No hacer daño, trabajar honestamente, ser empático y solidario con el dolor ajeno, respetar la ley por el bien de la comunidad. Sí, no solo por sí mismo, sino por la sociedad, porque el ejemplo es la mejor manera de educar e inspirar. El ciudadano debe asociarse al bien común de la sociedad.

Desde la fe, para los creyentes, recuerde la respuesta de Juan el Bautista al preguntarle quién es. Él responde que es quien allana el camino del Salvador, o Pablo cuando dice: “Yo ya no soy, es él quien habla por mí”, hay una identidad desde un Dios que nos necesita para construir. Como lo establece la Iglesia católica, somos la lucha por la dignidad humana, la promoción de los DD. HH., el avance de la unidad de las familias y la santificación de las actividades seculares.

Creo que es preciso darse tiempo para preguntarse en serio quiénes somos y si en realidad actuamos armónicamente con ello y, a partir de ahí, preguntarnos quiénes son los aspirantes a gobernantes, pues al final, uno es lo que hace o no hace.

Un poco de verdad nos hará bien en una era donde la virtualidad se presenta como real cuando no lo es. (O)

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