¡Abandonamos a los que no caen! | Cartas al Director | Opinión

En Argentina, un conocido abolicionista (Zaffaroni) considerado el prócer latinoamericano de esta forma de justicia lideró el esquema de reducción de penas y medidas sustitutivas punitivas la década pasada, el resultado fue el aumento de criminalidad, algo parecido a lo que ocurre en Ecuador.

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En mis debates sobre el abolicionismo sostenía (y aún lo hago) que muchos o todos los variados recursos estaban siendo enfocados en rescatar a quienes delinquían, que si bien el manejo y manipulación emocional nos llevaban a ser compasivos, y el discurso falaz, eso sí, muy bien estructurado, nos conmovía al punto de creer que el abolicionismo estaba jugando una ficha acertada en nuestra comunidad y enmascarado en una poltrona de moralidad, hacía que muchos asentaran la cabeza cuando se argumentaban temas de contexto social con la criminalidad. Mi discurso, contrario a lo que acabo de reseñar, sostenía que una arista sobre la criminalidad estaba abandonada, no se incentivaba a quienes lo hacían bien, es decir, a los jóvenes que se mantenían de forma extrema y precaria sobre la línea de la ley, no formaron nunca parte del plan, nuestro sistema “zaffaronista” olvidó los incentivos a quienes no delinquen, más o menos como la oferta y demanda del mercado, no alentó la demanda, alentó la oferta, volviéndose un sistema donde cometer un delito “paga”.

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Esta adopción de sistema nos pasa factura, pues no solo alentó a quienes ya estaban delinquiendo, lo más lamentable fue que desalentó a quienes no lo hacían, es decir, cumplir la ley y ser íntegro dejó de ser un motivo para destacarse, esta motivación es independiente del rasgo social, ¡he allí el enorme error del Zaffaronismo!, los desalientos y frustraciones que derivan en criminalidad no se miden con el bolsillo, pues pensar aquello nos llevaría a concluir que las clases sociales de menores ingresos son las únicas que delinquen, y está muy claro que es una falacia más grande que una casa, pero este razonamiento lógico no genera ingresos financieros colaterales, por lo que deja de ser rentable y aunque es verdadero no es monetizable, a diferencia del zaffaronismo donde se hace una trasversal de la criminalidad con la “justicia social”.

¿Elegir?, ¿para qué?

Usando una buena frase que escuché, “la seguridad es una consecuencia”, no se trata solo de balas, patrulleros o castigos, y no soy para nada experto en seguridad, pero entiendo de formación de jóvenes. Los incentivos para este grupo vulnerable que aún deambula en la delgada línea de la cordura son nulos, premiar a quienes portan armas bajo la escuela zaffaronista no nos ha provisto de la paz necesaria, los incentivos a jóvenes lejos de las estructuras criminales es una arista que lleva cerca de 40 años abandonada, pues el mensaje es que ser un buen ciudadano no paga en nuestra sociedad, ni las cuentas ni da espaldarazos gratificantes. (O)

Luis Alfredo Cuasapaz Aguirre, máster en Ingeniería Mecánica, Guayaquil

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