En el aforismo 341 de su obra La gaya ciencia, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche invitó a sus lectores a una curiosa e inquietante reflexión: Imagina que esta vida, tal y como la has vivido y la estás viviendo, tendrá que ser vivida por ti nuevamente no solo una, sino una cantidad infinita de veces. No habrá nada distinto, sino que todo ocurrirá exactamente de la misma forma y en exactamente la misma secuencia. Cada alegría, éxito, frustración y tristeza que tuviste desde el día de tu nacimiento hasta el día de tu muerte regresará a ti una y otra y otra vez por toda la eternidad. Todas las cosas, grandes y pequeñas, se repetirán.
En palabras de Nietzsche: “El eterno reloj de arena de la existencia se invierte una y otra vez, y tú con él, ¡grano de polvo!”.
¿Cuál sería tu reacción si esta fuera la realidad? ¿Te desmoronarías pensando en cada error, cada fracaso y cada oportunidad perdida? ¿O has vivido tu vida de tal manera que para ti este sería el más grande y alegre de los pensamientos?
En sus notas privadas (publicadas póstumamente por su hermana Elisabeth en el libro La voluntad del poder), Nietzsche jugueteó con la idea de que el “eterno retorno” podría ser una auténtica realidad científica. Después de todo, si el universo tiene un número finito de átomos pero el tiempo es infinito, ¿no se deduce que todas las posibles configuraciones del universo, incluyendo esta, deberán repetirse eternamente una y otra vez? Algunas teorías cosmológicas modernas como la “cosmología cíclica conforme”, propuesta por el físico Roger Penrose, donde el universo se repite eternamente mediante una serie infinita de big bangs, tendrían la misma implicación. Sin embargo, el propósito real de Nietzsche con este experimento mental no fue exponer una abstracta teoría científica, sino hacernos una pregunta y un desafío: ¿estamos viviendo nuestras vidas de tal modo que podamos aceptar vivirla por toda la eternidad? La idea del eterno retorno, por lo tanto, es un llamado a asumir la vida con una actitud de amor fati (amor al destino), una invitación a abrazar todo lo que nos ocurre, lo bueno y lo malo, lo grande y pequeño, y vivir nuestra vida a su máximo potencial.
Aunque Nietzsche formuló la idea del eterno retorno en el siglo XIX, esta es una idea que quizá sea más relevante que nunca.
En un mundo caracterizado por su ritmo acelerado, la alienación y la búsqueda constante de novedades y placeres rápidos y efímeros, la reflexión sobre el eterno retorno nos invita a detenernos y evaluar nuestras vidas. ¿Estamos viviendo de manera auténtica? ¿Estamos tomando decisiones que estaríamos dispuestos a repetir eternamente? ¿Estamos viviendo realmente? En la era de la repetición tecnológica, las redes sociales, la televisión, y la producción en masa, el eterno retorno se erige como una advertencia contra la banalidad, la mediocridad y la falta de propósito. El eterno retorno nos desafía a vivir con intensidad y autenticidad, a valorar cada momento, incluso este, como si fuera eterno. ¿Estamos listos para decir “sí” a nuestra vida? (O)